Instinto Contagioso
Me sobrevivo en vela, mereciendo que al corazón me apunten al matarme. Bonifaz Nuño También escribo para recordar.
lunes, marzo 10, 2025
jueves, marzo 06, 2025
miércoles, marzo 05, 2025
lunes, marzo 03, 2025
domingo, marzo 02, 2025
Estos días, en que mi estado de ánimo es muy variable, me pregunto cuál es mi centro, lo que me mantiene enfocado o al menos me da esperanza. Y eso es, creo, que el tiempo pasa. Que no siempre debo tomar yo todas las decisiones. Que a veces sólo queda esperar. Al menos eso me ha dicho la terapeuta: también no hacer nada es hacer. Así que espero, intento avanzar y poner límites poco a poco, aunque con eso me lleve tremendas tundas porque, al mismo tiempo, no tengo las herramientas o más bien, los patrones de acciones que desarrollé a lo largo de tantos años siguen activas. Aunque también, no todo es culpa mía, por supuesto. Con frecuencia me dicen: "recuerda que las otras personas también son adultas y deciden cómo deben sentirse". Aún así no es fácil. A menudo me pregunto también, si las decisiones que he tomado en mi último año año y medio fueron las correctas. Sin duda, las actitudes de los últimos cuatro años no fueron las mejores, pero ¿en realidad estaba taaan mal? ¿No necesitaba algo de comprensión? Llega un punto en donde ya no encuentras el momento donde la telaraña se torció. Eso es cierto. En donde, tras buscar e indagar en tu pasado no sabes en qué momento tomaste la decisión que te llevó a este presente y te descubres con las manos quemadas y sólo el dolor o la ansiedad te permiten, más que tomar algo, estarlo soltando sin dejar que se te caigan. Justo eso. Creo que esa es otra de las imágenes de este tiempo: malabarear con sentimientos, responsabilidades, actitudes, acciones, reacciones, que caen sobre tus manos quemadas. Así son los días. Así es el presente.
miércoles, febrero 26, 2025
Hacíamos colecciones. Si alguien decía un poema sobre la luz, entonces les pedía a alguien que buscara otro poema sobre la luz, a alguien más que trajera un espejo para reflejarla, otro debía contar una historia donde la luz fuera su recuerdo más bonito, otra persona debía hacer un dibujo donde la luz fuera lo más importante. Después, reunidos, compartíamos nuestros hallazgos, la luz vuelta poesía, color, sonido, memoria. A veces, sin embargo, lo que nos motivaba era algo triste, como una tarde que leímos Las muertas de María Ribera. Entonces, buscamos poemas, pero también historias de desaparecidas. Les pedí que hiciéramos un mapa, y en el mapa, en cada estado, nombres de hombres y mujeres desaparecidas. Y poemas que los recordaran, versos, porque cada desaparecido tiene también el derecho de sonar como un poema de amor. Eso hacíamos en Salas de lectura, cuando era docente, cuando de cierta manera era feliz con los libros.
lunes, febrero 17, 2025
¿Por qué me resisto a habitar esta casa? El otro día me hicieron esa pregunta y me parece, tiene muchas respuestas. Todas ellas importantes. La primera es que no logro despojarla de su aura de la casa de los abuelos. Ayer, mientras hablaba con alguien por teléfono, le conté que en este lugar velaron al menos a cuatro familiares o tal vez, si es que no he investigado mucho más. También aquí se casaron mis primos mayores y en el patio hubo fiesta y música. En el sitio que tentativamente es mi recámara, se encontraba la cocina donde mis abuelos cenaron, donde se reunió la familia grande, por decirlo de alguna manera. Tenía la estufa en la esquina, la pared renegrida por los años de uso de la llama y el aceite. Una mesa circular, de fórmica de imitación de mármol. La puerta y la pared de madera, que rozaba el suelo al abrirse. En la siguiente habitación, de piso de tierra, con tubos de pvc que la recorrían, se hallaban camas sobre bloques, donde dormían mis primas y en las paredes colgaban serruchos, bolsas de clavos que servían de clósets. Si algo he quitado estos días es justo eso. clavos de las paredes. En donde ahora es el recibidor, mis abuelos tenían la tele, los sillones. Ahí recibían a las visitas, ahí miraban las noticias, las funciones de lucha libre, las películas de los domingos. Tengo un recuerdo de una navidad, helada. Entro a esa habitación con mi regalo, un camioncito a control remoto que no duró ni un día y me encuentro a mis abuelos sentados, con las cobijas en los pies, un calentador de gas, con ladrillos en su interior. En la televisión pasaban El imperio contraataca y yo pasé a la cocina a comer algo, pero no recuerdo si tamales o qué. En esa misma habitación murió mi tía Martha. Luego, en donde ahora tengo la oficina, la televisión, los libreros, era el dormitorio. Aquí, justo en este sitio donde escribo esto, estaba la cama donde mi por última vez vivo a mi abuelo. Llevaba un gorro en la cabeza, una camisa a cuadros café con negro y crema, saludaba a unas sobrinas. Yo me fui a casa de mi otra abuela y cuando volví él ya no estaba. El patio ha tenido tantos cambios, pero ahí se sentaban a beber mis tías, ahí hubo una frutería de un primo político. Mucho tiempo fue estacionamiento de un bellísimo mustang rojo, que era el orgullo de mi abuelo, hasta que lo tuvo que vender. Donde ahora tengo el sanitario, fue el cobertizo de trabajo de mi abuelo. El cuarto del fondo fue corral, porque mi abuela vendía chivos cuando recién llegaron a vivir aquí, luego un cuarto. Yo lo recuerdo como cuarto de mi tío Rubén. Entraba ahí a jugar con sus perfumes y cremas de afeitar, me escondía en los juegos. Luego fue cuarto de mis primos mayores, después la casa donde vivió otra con su esposo y tres hijos. En ese sitio pequeño había cocina, camas, enseres de trabajo. Ahora que lo pinté, apenas este fin de semana, como en el otro espacio de la casa, también quité clavos, maderas, borré los rastros de mis sobrinas en las paredes, sus nombres escritos con letra nerviosa, manchas de aerosol, en fin. Y aunque mi abuela me nombró albacea de esta casa, para cuidarla y protegerla, pero en realidad se la dejó a mi papá, es como demasiada casa, demasiados recuerdos los que me hacen, aunque ya tiene mucho de mi estilo y sentido, no poder estar aquí en las noches, como si la casa me dijera que aun no puedo habitarla. Que tal vez nunca podré, aunque es cierto también que ya viví aquí un par de años. Esa cocina primigena, después fue un cuarto que le renté a mi tía, cansado de vivir hacinado con mis hermanos. De las otras cuestiones, ya habrá tiempo para decir.