miércoles, febrero 21, 2007

El café de chinos

Una de las múltilples cualidades de la ciudad de México es su gastronomía. Si bien al viajero inexperto le puede sorprender lo exótico de sus guisos y la variedad de la oferta de sus puestos de tacos, no deja también de ser un aliciente al estómago la confusión de olores de carne asada, guisados o chorizo. Pero, esta primera intromisión, violenta la mayor parte de las veces, pronto se diluye en el encuentro de otro tipo de establecimientos. La ciudad tiene para todos los gustos, necesidades y afectos gastronómicos.
Uno de esos lugares cálidos y familiares para comer son los cafés de chinos. Parece haber una regla universal al respecto: no hay café de chinos donde no se coma bien. Parte de esa mística tiene que ver con la dualidad entre restaurante y panadería que hay en todos ellos, el barra escuálida donde es posible encontrar desde burócratas que desayunan antes de la jornada laboral hasta novios que encaramelan aún más el café frente a ellos.
La especialidad, claro, es el café. Frente al café de los chinos, cualquier otro palidece, y más el de las grandes cadenas restauranteras como Vips, Sanbors, o El Portón. Frente a la calidez que emana de un café bien preparado y servido siempre con leche no hay nada. La carta tambiés es vasta y tiene un tinte de internacional cuando ves que puedes pedir desde unos chilaquiles con salsa roja hasta un shop suey. Pero si hay algo que rivaliza con el café, por supuesto, es el pan. Esponjoso, tibio. El pan de los cafés de chinos tiene una cualidad extraña: ninguno otro se parece a él. Tartas, conchas, cubiletes, pays, chilindrinas, chongos, el desfile de pan es siempre abundante.
¿Por qué escribo de los cafés de chinos? Porque en las mañanas frías del Distrito Federal nada se compara a entrar a uno de estos establecimientos y calentarte sólo con el olor del pan recién horneado, del golpe fuerte del café que humea de vasos y tazas. Y si uno tiene suerte y el tiempo, antes de llegar al trabajo debería de sentarse uno a tomar un chocolate caliente y sentir que vuelve el calor perdido en la calle.

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