miércoles, enero 26, 2005

Los pesimistas y yo

Me ponen de mal humor los pesimistas. Lo sé. No tolero a aquellos que se van quejando de rato en rato, que todo lo ven mal, que todo tiene un aire de derrota aún y cuando ellos tengan lo que otros quisieran tener. Los pesimistas son como la parte podrida de la vida. No digo que el optimismo sea la parte mejor que caray, también cómo hace daño. No conozco escritores optimistas, tal vez tiene que ver con la forma como te apropias la realidad y al final te das cuenta que en el fondo, todo vale mierda. Yo mismo no soy nada optimista aunque procuro, antes de caer en la ofensa fácil, en la negación completa, mejor quedarme callado. ¿Qué culpa tienen los otros de que uno ande crudo, o ebrio, o que hoy se haya pinchado un dedo, o que tu mujer te haya pedido carta de divorcio o que te hayas dado cuenta que simplemente, no sirves más que para quejarte?

Buscaré un escritor optimista aunque dudo encontrarlo. (Generalmente pasan sus quejas al papel y generalmente con pésimos resultados).

lunes, enero 24, 2005

III

Hace un buen que no me pongo una borrachera.
Hace un buen que no termino un libro por gusto
y no por trabajo.
Hace un buen que no tengo sexo.
Hace un buen que no salto a nada.
Hace un buen que no fumo mariguana.
Ni escucho un disco de jalón, ni veo sierras nuevas.
Hace un buen tiempo que no me agarro a golpes con alguien.
Hace un buen que no escribo algo que me guste.
¿A qué jodidos estoy jugando?

jueves, enero 20, 2005

Rostro sin nombre

A veces, sólo a veces, me preocupan mis desconocidos. Me preocupa que sean tan solo rostros sin fortuna ni historia que se pasean a un lado mío y a quienes a veces saludo y sonrío. No sé por cuánto tiempo me acompañarán con todo su desconocimiento pétreo. Ni si algo en el futuro evocará su silencio. Aquí en el ILCE la mayoría son desconocidos. Algo hay de soberbial distancia en ellos como en mí para no acercarnos. Justo frente a mí, pasando el pasillo, alguien me da la espalda. Ayer le decían, que la vida estaba allá afuera y él ni se inmutaba. Después está otro rostro anónimo que se olvidará apenas cruce las puertas de este edificio para ir a otra parte. Hay varias mujeres a quienes alcanzó a esbozar a veces una sonrisa y responde con una línea recta en los labios. El tema me preocupa sólamente más no me ocupa. Me pregunto que lo mismo que escribo pueden pensarlo ellos sobre mi. se habla entonces de un proceseo de serialidad. Yo soy también ese rostro pétreo, ese desconocimiento. Yo soy también esa interrogante que todas las mañanas llega a las siete y se va a las tres. ¿Es así el mundo nuevo? Tal vez por ello nos confundimos con la nada y buscamos esos lugares tranquilos de los que habla Benedetti en su único poema que me gusta y que además es muy parafraseado. La serialidad, caray, acaba con todo. ¿Qué posibilidades de perturbarnos por los demás o de sentir por otros cuando ni uno ni otro tiene el menor deseo de compartir el buenos días con el que está al lado? ¿Qué posibilidades del amor al prójimo cuando mi boca calla y las otras repiten sólo la imagen de lo que ven en el espejo, como una permutación de silencios que raspa gloriosa en la nada?

miércoles, enero 19, 2005

Teoría personal del cuento II

3. El cuento se basa en el momento; no en la metáfora. Desde mucho tiempo ha existido la gran pregunta acerca de qué es lo que importa en la escritura: el argumento o el lenguaje. Muchos teóricos han dicho que el argumento mientras que otros afirman categóricamente que es en el lenguaje donde se crea el efecto artístico. El cuento, debe de contar una historia y debe de valerse del lenguaje para su precisión. Un cuento donde una piroctécnica de imágenes evita ver lo que hacen los personajes es un mal cuento por muy bonitas que seas las frases. Una buena frase no hace un buen cuento pero un buen momento sí hace una historia. Pienso en John Cheever, uno de los maestros del cuento norteamericano para ejemplificar esta idea. En "El radio" Cheever relata la historia (he ahí la importancia: relatar, no maravillar) de una familia burguesa feliz cuya mujer escucha por un radio las noticias o música clásica. Un día, el radio se descompone y el marido le lleva otro. Es un radio inmenso, tosco, viejo que causa desazón en la mujer. Cuando ella pone un canal escucha la música pero en lugar de una tonada de Lizt escucha unas voces al fondo. Después de calibrar la perilla oye claramente: son su vecinos del nueve quien discuten. A partir de entonces se crea un paréntesis donde vemos la vida perfecta de ellos y la vida dislocada y terrible de sus vecinos. El cuento termina cuando se deshacen del radio y descubrimos que esa vida hermosa de ellos no es más que una farsa: ellos tienen todos los problemas del mundo. El momento que Cheever está buscando es este: esa visión de una mujer triste que recibe de su marido una revelación infeliz de su vida y pasado este momento, nada vuelve a ser igual.
4. En el cuento siempre existe un momento perturbador. Uno de los mejores cuentos de Sallinger trata de lo siguiente: Un excombatiente de Vientam va a la playa. él es borracho, drogadicto, etcétera. En la playa ve a una niña que intenta nadar y él va y le ayuda. Mientras le ayuda Sallinger es muy acertado al contarnos más del pasado terrible del combatiente mientras juega con la niña en la playa. Tú sabes que algo va a pasar. Luego, el combatiente se va de la playa, llega a su casa, abre un cajón, saca la pistola y se da un tiro. En el cuento siempre tiene que existir un elemento perturbador que ayude a la tensión. Este elemento perturbador puede ser algo que pasó en el pasado y que sigue rondando a los personajes, como en "Las babas del diablo" de Cortázar; puede ser el misterio que no se devela como en "El almohadón de plumas" de Quiroga; la espera de que ocurra algo terrible, como en "El cristo de San buenaventura" de Eduardo Parra. Siempre hay que procurar el detalle oculto: el momento que pone en tensión a los personajes. Este momento es la parte de tensión de la flecha que, al ser disparada, atraviesa un cuerpo.

martes, enero 18, 2005

II

1

Se me empolvan las palabras,
se convierten en piedras en mi lengua.
Hay que tener la boca de tierra
para no poder decir nada,
hay que tener terrones como muelas,
cascajo metido entre los incisivos.
Se me llenan las manos más que de greda,
marga, polvo. Y así me han dicho que ande,
con un reguero de recebo rojo en las venas,
con un recebo roto en las venas,
haciendo a ser que vivo,
haciendo a ser que respiro más que aire arena,
a hacer que bebo más que agua piedra
molida, retriturada, en reflamada pasada.
Así me han dicho, así ha sido.
Arena. Sólo arena. Única original palabra.
Única manera de que al final, no sorprenda
a nadie en la boca de mi féretro
con otra cosa que no sea esto.
Ha de ser terrible encontrarme como cuerpo.

I

Las rodillas de mi muerte son pulidas como diamantes. Algo hay de pasajero en todo esto. Si miro mis manos veo las hebras de una mandarina. Si veo mis ojos veo otros ojos que no son míos y llaman a gente que no conozco que vienen y me saludan como a pariente próximo. ¿Acaso tengo rostro y forma de paisano? que están aquí saludándome rotundos y sanos muertos. Y sin embargo no conozco mi muerte. No es ni acaso la forma como la imagino como debe de ser. Sólo sé que las rodillas de mi muerte son pulidas, aceradamente blancas como gritos. Sólo sé que mientras mi muerte anda ahí, a caballo, yo estoy acá, aterido, adheridos los nervios de mis manos, de mis manosmandirnas, de mis manoshebras a desconocidos que saludan y dicen buenos días.

viernes, enero 14, 2005

La nueva poesía

Es claro para la siempre nueva poesía... motivo de razonamiento no al vuelo de los siempre nuevos poetas:

"Poesía nueva ha dado en llamarse a los versos cuyo léxico está formado de las palabras 'cinema, motor, caballos de fuerza, avión, radio, jazzband, telegrafía sin hilos'[...] Pero no hay que olvidarse de que esto no es poesía nueva ni antigua, ni nada... La poesía nueva a base de palabras o de metáforas nuevas se distingue por su pedantería y novedad y, en consecuencia, por su complicación y barroquismo. La poesía nueva a base de sensibilidad nueva es, al contrario, simple y humana, y a primera vista se la tomaría por antigua o no atrae la atención sobre si es o no moderna."

César Vallejo en conferencia de prensa en París en 1923

Todos los hermosos caballos

El cine Rally en Monterrey es famoso por dos cosas: primero por sus precios de risa (cuesta 20 pesos) y después, y tal vez esto es lo que en realidad lo hace más famoso, por sus hot-dogs con frijolitos. Claro, estas dos bendiciones tienen un alto costo: el cine Rally no pasa películas de estreno sino puras atrasadas. Pero eso no importa. El cine Rally es como uno de esos placeres que tienden a desaparecer.
Fue ahí, en una tarde muy soleada, cuando vi una película dirigida por Billy Bob Torton. Antes había visto los cortos y la película me había interesado a medias. Estaba protagonizada por Matt Damon y Penélope Cruz. Trataba sobre un vaquero gringo que viene a México y conoce a la hija de un hacendado de Coahuila. Se enamoran. La historia la complica un tan Bevlins quien se une al John Grady Cole y su amigo Rawlins mientras vienen a México. Durante una tormenta ya en territorio mexicano Bevlins, quien trae un hermoso caballo, huye. Cuando la lluvia pasa el caballo ha desaparecido. Lo encuentran en una casa mexicana y lo toman. Los persiguen como ladrones. Bevlins se se aleja. Grady y Rawlins lo dejan ir. Después llegan a la hacienda, Grady se enamora de Alejandra y para evitar un desaguisado, la tía de Alejandra le dice a los oficiales que Grady y Rawlins son amigos de Bevlins, el que robó un caballo.Ya en la cárcel, Bevlins les cuenta que no sólo regresó el caballo sino que volvió a matar al mexicano.
A Bevlins lo matan y a Grady y Rawlins terminan en una prisión donde ocurren más cosas.
Cuando terminó la película estaba super emocionado. Quería leer el libro. No lo encontré en las librerías pero en una librería de viejo en Arteaga y Carranza encontré otro libro del autor: "En la frontera". Lo compré.
Los libros de Cormac McCarthy muestran un territorio donde los hombres aún son medianamente libres. Su estilo narrativo es incisivo, fijo en los detalles. Sus personajes parecen estar condensado pero contraídos, como potros a punto de salir en la carrera. Más adelante seguiré con esta reflexión.

miércoles, enero 12, 2005

Dar en el blanco

—Yo voy —dijo Pepe y apretó bien la canica.
A un lado, en el llano, no muy lejos de las casas, pasó un globero y sonó su silbato. Los niños volvieron la mirada hacia los globos pero después centraron su atención en la jugada.
En el pozo estaban atrapadas nueve canicas de todos los colores. Fuera de él, en un orden sin orden, se encontraban las demás. De todas, Pepe quería a la Tonina, una canica negra y grande descascarada y que estaba en el pozo. Con esa nadie le podría ganar. Miró hacia el llano y vio a lo lejos un camión de basura y después tuvo calor y se quitó el suéter.
—Anda, ya, ni que fueras ganar — gritó Héctor fastidiado.
—Ya voy, pérate.
La canica que tenía en la mano parecía un ojo de gato: blanca, con una pupila azulada y roja que la atravesaba a la mitad y se retorcía en el centro.
—Órale, Pepe —chilló Héctor.
Pepe se puso en cuclillas y se sintió por primera vez centro de las miradas. Tenía que tirar con todas sus fuerzas para sacar a la Tonina, tenía que golpearla no de lleno, sino al lado para impulsarla. Ya se veía con ella en la bolsa, mirándola después en su casa cuando jugara solo en el patio.
—Si no tiras yo sigo —dijo Héctor.
Entonces Pepe ahuecó la mano, acomodó la canica y la lanzó con furia con el dedo pulgar como palanca. La uña le dolió por la fuerza y la bola salió endemoniadamente rápida, una centella, un rugido de cristal rumbo al pozo. Chocó primero con una canica verde, después movió a empujones una roja y finalmente colisionó con la Tonina. El golpe fue certero. Pepe y todos pensaron que era el mejor golpe que alguien había dado.
—¿Tanto para eso? —dijo Héctor con burla—. Sigo, sigo. Pepe metió las manos en las bolsas del pantalón. A lo lejos seguía el globero por la calle y el camión de basura aún estaba recogiendo tambos y bolsas. Cuando Pepe se puso en cuclillas pensó que ojalá Héctor también quisiera la Tonina y sacara con su jugada su canica que parecía ojo de gato y que ahora estaba, como abrigada, en el pozo, junto a la gigante negra.

Teoría personal del cuento

  1. Un cuento debe terminar donde comenzó. Esta idea la escuché de un cuentista consumado como lo es Rafaél Ramírez Heredia. Un cuento es como un uruboros. Sin embargo, es entre ese inicio y ese final donde se realiza el efecto del cuento. Si al inicio el autor dice: "Callada, simplemente callada está ahí..." el lector intuye cierta dolencia escondida que hace que la mujer se encuentre callada, simplemente callada. El cuento debe de ser esta confirmación del inicio sólo que al final, la misma frase: "Callada, simplemente callada está ahí..." al volver a leerla en la parte final de la historia se muestra ante nosotros con toda su rabia y desolación posible porque hemos accedido al motivo de ese silencio y hemos sido asombrados. Esto se puede apreciar muy bien en el cuento de Juan Bosch, "La mujer", ampliamente antologado e incluído también en "El cuento hispanoamericano" de Seymur Menton. La historia es se desprende de la carretera. Dice: "La carretera está muerta. Nadie ni nada la resucitará. Larga, infinitamente larga, ni en la piel gris se le ve vida...." Después, sobre la carretera, aparece una mujer, un hombre, otro más que viene en el camino. Tras un hecho de sangre, el cuento termina de esta manera: "La mujer tenía las manos crispadas sobre la cara, todo el pelo suelto y los ojos pugnando por saltar. Corrió. Sentía flojedad en las coyunturas. Quería ver si alguien venía. Pero sobre la gran carretera muerta, totalmente muerta, sólo estaba el sol que la mató." Así, se cumple una revelación, la carretera no sólo está muerta como al inicio; ahora también es desolada y como lectores nos hemos encontrado ante una visión distinta de la misma carretera.
  2. El cuento es una maquinaria del asombro. Cuando se habla de la novela se hace extensiva la idea del manejo del tiempo, la multitud de personajes; pero ante todo, la capacidad de llevar una historia. El cuento se ciñe a una forma distinta. El cuento debe asombrarte como lo puede hacer una historia de terror en un bosque a medianoche. El cuento debe de mantener en sus líneas una tensión agazapada que está por salir y morderte como bestias sueltas. El autor te puede llevar por senderos distintos, te puede, guiar por desfiladeros o por campos tranquilos pero ojo, siempre, siempre, te va a mostrar la final algo que no te esperabas. Un cuento vale bien por su capacidad de asombro. Cortázar, ese mago, maneja en su libro "Historias de cronopios y de famas", un famoso instructivo para tener miedo. Simplemente no esperas lo que lees. Sin embargo, un cuento que simplemente te hace dar un brinco de susto es el escrito por Gabriel García Márquez en su libro "Doce cuentos peregrinos". El cuento "Espantos de agosto" cuenta la historia de un latinoamericano y su esposa que pasan la noche en un viejo castillo francés, famoso porque ahí se perpetró el asesinato de un medieval rey merovingio cuya cama permanece intacta desde entonces. El final es sorprendente y no lo contaré. Bien, un cuento también vale por el asombro que nos produce, adrenalina que nos mueve, acorde final de una pequeña obra maestra.

lunes, enero 10, 2005

Comprensión inevitable

Luis le dijo que sin ella no podría. Le dijo ahí, mientras ambos esperaban el camión, con la gente a un lado, que no se fuera. Y al decir esto, Blanca volvió el rostro y por primera vez lo miró con lástima, apenas una refinada tristeza. Lo tomó de la mano, la acarició, jugó con los dedos levantándolos, dejándolos caer entre los suyos y por un momento Luis pensó que las cosas se iban a solucionar y todo volvería a ser como siempre. Pensando en eso miró hacia el horizonte. Más allá del estacionamiento del banco, de las fachadas amarillas de las tiendas, del anuncio panorámico donde una mujer sonreía con toda su felicidad, se veía un cielo rojizo, pulverizado, un cielo tinta sangrante apenas azulado. Pensó que así era el momento con ella: rojo, pero con un azul que se sobrepondría decididamente a todos sus problemas. Se quedó mirando mientras sentía las manos de ella acomodarse en las suyas y le llegaba el sonido áspero de los camiones en la avenida y el golpe poroso del smog. Luego, cuando la tarde cayó, cuando la gente que aguardaba en la parada fue cambiada por otra los cobijó la noche. Blanca soltó la mano, se levantó, se ajustó la blusa y le dijo:
—Es todo. Me voy.
—¿Qué dices?
—Me voy. Ha durado poco el atardecer y mientras duró tuvimos una esperanza. Pero ahora ya ves, no dijiste nada y todo se ha vuelto negro.
—Miraba el atardecer —le dijo.
—Yo también, pero creo que lo hemos mirado distinto. Donde tú viste rojo yo sólo vi cómo todo se iba poniendo negro.
Luego no dijeron nada más. La noche seguía perfecta cuando se fueron.